Encantada estoy de teneros otra semana aquí, visitantes. He estado leyendo La novela pastoril española, un estudio realizado por Juan Bautista Avalle-Arce sobre este género tan popular durante los Siglos de Oro. El capítulo iii es indudablemente el más sobresaliente, puesto que está dedicado a la pieza con la que el relato pastoril adquiere su máximo esplendor: la Diana de Jorge Montemayor. Me he propuesto, por este motivo, resumir esta sección que tan bien presenta las características de tan estimado ejemplar.
La producción literaria de Jorge de Montemayor (1520
– 1561), aunque reducida, nos permite destacar el espiritualismo y el amor como dos elementos
fundamentales que definen su personalidad. Sus primeros años son dedicados a
las obras de devoción pero, terminada esta etapa, se evidencian poco a poco las
influencias erasmistas e iluministas. Al igual que la preocupación religiosa
del poeta se verá contagiada por un interés metódico, convirtiendo la
experiencia mística en un acto intelectual, el amor seguirá los mismos roles.
Así pues la expresión conceptual del sentimiento amoroso será la característica
esencial en Los siete libros de la Diana (1559)
y la hará distinguirse de toda la
producción pastoril anterior.
La interpretación de dicha
composición ha solido descansar sobre el determinismo debido al judaísmo, no
puesto en duda, del escritor. A pesar de toda la polémica con respecto a este
asunto, Américo Castro y Marcel Bataillon finalmente determinan que la
melancolía de la Diana no es sólo una
característica judía, sino que es una peculiaridad que queda inscrita en ella por
ser, además, renacentista y bucólica.
La crítica ha presentado
dos actitudes opuestas en cuanto al sentido y la forma de la obra. Por una parte,
muchos de estos críticos encuadran la novela de Montemayor dentro de la
tradición bucólica al insistir en el precedente de la Arcadia (1502) de Jacopo Sannazaro. En este escrito la belleza
natural exalta los sentidos del autor influyendo en su actuación como un mero observador
condicionado por la cultura clásica humanista. No obstante, en la Diana el tratamiento de temas clásicos y
renacentistas —como lo son la Naturaleza, el Amor y la Fortuna— inciden sobre
la función novelística.
La obra, por tanto,
presenta ciertas diferencias con respecto a la novela moderna. Ésta se apoya en
una visión artística idealista del mundo, un tipo de estética a la que se le
acusa de estar alejada de la realidad. Estos moldes que sigue la Diana ensuciarán su imagen y también la
de la novela pastoril en general, ya que la realidad ideal instaurada en ella
será producto de la voluntariosa abstracción del mundo de las circunstancias.
Todo esto determinará la necesidad de una naturaleza esquemática.
El escenario idílico en el
que se hallan los pastores cambia de forma inminente al comienzo del libro iv, momento que marca el paso del mundo
natural de los pastores al fantástico del palacio de la sabia Felicia. Tras la
salida de este palacio, descrito a través de las experiencias del escritor en
su vida cortesana, algunos de los pastores vuelven a introducirse en una naturaleza
idealizada. Otros, por el contrario, se alejan del Mito para acercarse a la
Historia. Felismena viaja a Portugal, patria de Montemayor, y en este nuevo
ambiente localizado la naturaleza se desprende del mito y se adentra en la coyuntura
histórica. Los personajes que recorren estos lugares se acercan a la realidad
física del autor, tanto que incluso las pastoras representan el habla
portuguesa.
Llegados a este punto se
pasa de una naturaleza creada, totalmente pasiva a las acciones de los
personajes, a una naturaleza que actúa como fuerza creadora y con cierto rango
de divinidad. Dentro de este mundo natural está inscrito el concepto del amor y
el continuo análisis del sentimiento amoroso.
El caso amoroso, que es
múltiple porque hay tantos casos como pastores, es lo que mueve a cada pastor.
Este tipo de amor es inmune a los estragos del tiempo, la fortuna o la razón y,
por ello, es un sentimiento que no cesa en el enamorado. Esta concepción
neoplatónica, sin embargo, crea una narración lineal y carente de cambios que
corta la acción novelística. En consecuencia, Montemayor siente la necesidad de
incluir elementos sobrenaturales para dar elasticidad a los resortes de la
novela. Se puede afirmar, por consiguiente, que el agua encantada de Felicia,
la cual resuelve los problemas amorosos de los pastores, funciona como un deux ex machina que permite seguir con
la acción novelesca.
Cabe decir en cuanto a la
estructura que la pieza está dividida en siete libros que se distribuyen con
perfecta simetría. Los libros i, ii y iii presentan los problemas de amor, la
casuística. El libro iv, que
transcurre en el palacio de Felicia, es el que provee las soluciones a estos
problemas. En los tres últimos libros los pastores salen a buscar las
soluciones, o bien se dedican a vivir tranquilamente, con su problema vital ya
resuelto.
El argumento de los tres
primeros libros es simple: un grupo de pastores deciden emprender una
peregrinación para mejorar su situación. Por el camino encuentran a otros
viajeros que, después de haber contado sus historias, se unen a ellos para también
solucionar sus problemas una vez llegados a su destino: el palacio de Felicia. Dentro
de esta trama central se planean diversos episodios en la Diana que, por lo general, contribuyen a remansar el análisis
psicológico o la expresión lírica de la pasión. El más importante de estos
episodios es, sin duda alguna, el del ataque de las tres ninfas del prado a
manos de tres salvajes y la violenta reacción de Felismena.
El simbolismo tradicional representa
de forma negativa al salvaje formulándolo como un ser de carácter brutalizado y
con un fuerte apetito sexual, lo que aclara la función novelística de estos bárbaros.
El único elemento grotesco en la narración es el intento de violación de dichos
hombres y se introduce en una sola ocasión con el objetivo de realzar la
belleza circundante. Como ya sabemos, el amor en la obra está regido por
principios neoplatónicos y es el fundamento de la armonía universal. De este
modo, la muerte de los brutos evita la pérdida de esa armonía y se puede
considerar como un acto necesario para la causa neoplatónica.
Muertos los salvajes, la
composición vuelve a su cauce anterior. Las parejas de desencontrados amantes
llegan, por fin, a su destino: el palacio. Allí la sabia Felicia les hace beber
de su agua encantada para que todos sus problemas se resuelvan, esto es, que los
enamorados se emparejen y reine la felicidad.
La verdadera novedad
radica en la solución efectiva y natural dada al dilema de Montemayor. La
técnica novelística de la Diana afectará
a la novela española en un momento crítico de su desarrollo acelerando el paso
de la narración novelada a la novela moderna.
A partir del libro v el hilo argumental se subdivide en
tramas paralelas, puesto que los pastores, después de su experiencia
sobrenatural, se enfrentan a la solución ofrecida de forma individual. Es en este momento en el que la acción avanza
a saltos viéndose detenida en ocasiones por la encrucijada anecdótica.
El sentido de estas
historias intercaladas es justificado. Las historias son tres y presentan una
autobiografía parcial de Selvagia (libro i),
Felismena (libro ii) y Belisa
(libro iii). El desenlace de la
historia de Felismena se relaciona con el último libro, que contiene, además,
la historia actualizada de Armía y Duarda. El escenario y la localización de
estos relatos varían. La historia de Selvagia transcurre en un pueblo de
Portugal; la de Felismena, por su mayor parte, en la corte de España, mientras que la de Belisa ocurre en una aldea
española. Con Armia y Duarda el escenario se traslada de nuevo a Portugal.
En estos incisos
narrativos se recrean escenas pueblerinas y cortesanas de la vida portuguesa y
de la española. Estas formas de vida, aunque poco comunes en la pastoril, quedan integradas en la novela por la aparición
en el escenario bucólico de los diversos personajes.
Hay, por consiguiente, en
la obra de Montemayor intención de integrar en la narrativa otras esferas de
vida y un deliberado esfuerzo por ampliar la perspectiva novelística, pese a
que deba sacrificar algunos preceptos renacentistas. En este sentido, la Diana se coloca inequívocamente en una
línea de desarrollo interno de la novela española que, pasando por la Galatea, culmina y remata en el Quijote.
El logro de la Diana es la destilación del arte
narrativo y de la lírica precedentes. Hallamos entonces elementos de la novela
bizantina, de la novela sentimental, de la novela epistolar, de la lírica
tradicional y renacentista, del villancico, de la poesía cancioneril, de
Garcilaso y de la corriente petrarquista. Durante los siglos xvi y xvii
europeos, la Diana circulará como el
modelo en que se plasma la nueva expresión formal e ideológica del mito
pastoril. No en vano incorpora al dominio de la literatura creativa la nueva
psicología del amor al hacer uso artístico de su método analítico.
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